Antesala de la máquina.
Antesala de la máquina.
En torno a la idea de la producción excesiva de objetos, emergen nuevos problemas en el arte que cuestionan e invitan a abordar el “ hecho tecnológico” desde nuevas perspectivas reflexivas a lo largo del siglo XX y XXI. Del mismo modo, las distintas iniciativas a pequeña y gran escala en torno al diseño de nuevos objetos y máquinas han transformado la forma como se percibe y se aborda la vida cotidiana. Ha sido de esta manera hasta un punto en que se han impuesto nuevos valores afectados por intereses ocultos, los cuales van a ser develados, exaltados y recreados por los intelectuales y artistas de la época que piensan “outside the box”. Es por ello que una serie de conceptos propios de la ciencia y la tecnología atraviesan dichas inquietudes plásticas y se articulan desde una reflexión crítica, conceptual y formal, y hacen “salir de lo oculto”, según Heidegger, aquello que no es obvio. En este sentido se dan a conocer las otras caras y escenografías que trae el progreso, por medio del lenguaje simbólico que revelará de manera contestataria y poética dichos intereses alienantes.
Esto generó una crisis metodológica al interior del arte. Se afirmó el interés crítico de enfrentarse a dichos valores e intereses establecidos. En esta búsqueda crítica es clara la importancia que tuvieron las vanguardias, pues fueron estas las que buscaron romper con las tradiciones del pasado e incitaron a la libertad de expresión y a la transformación poética de la realidad. Dicha crisis fue la rebelión misma contra toda la función y sentido tradicional del arte. Cabe resaltar en el contexto del trabajo de Nilo Lidgren Art and technology (1969) el especial énfasis que tuvo el movimiento Dadá en estas reflexiones, el cual fue entendido como una reacción de desacuerdo por parte de los intelectuales de la época a la primera guerra mundial y en cuyos trabajos se expresa el sinsentido y la irracionalidad del mundo en construcción.
Dentro de estas reflexiones se presenta la pintura icónica cubista de Marcel Duchamp, Coffee Grinder (1911), en la que se evidencia el impulso y el movimiento de la máquina en acción que, a su vez, muestra el claro tránsito del objeto cotidiano y mundano al plano elevado de las bellas artes. Esta obra propone una reflexión en torno al movimiento en la que el espectador se ve obligado a reconocer en la imagen, el tiempo y el espacio todo aquello que es imperceptible a simple vista. En general esta ha sido una inquietud que atraviesa la ciencia moderna. En este contexto se podría resaltar también, en la obra de Duchamp, su primer Ready Made, llamado Bicycle Wheel (1913). Este se basa en la exposición de una llanta de bicicleta montada boca arriba de una silla. Dicha yuxtaposición de elementos de la realidad cuestiona al objeto mismo en la cultura y lo reintegra a una forma de existencia que comienza a ser vista con nuevos ojos. Se intuye a su vez la importancia que tuvo el movimiento futurista en las reflexiones en torno al movimiento, la energía y la adoración a la máquina. En este comienzan a aparecer ciudades y automóviles, al mismo tiempo que se muestra la caótica realidad cotidiana por medio del ruido de las máquinas en acción, expresadas desde el gesto pictórico.
A la par de estas experiencias pictóricas y plásticas, y mientras en los Estados Unidos y el mundo se preocupaban por encontrar una salvación al fenómeno de la Gran Depresión durante los años veintes y treintas, Aldous Huxley publica su novela de ciencia-ficción Un mundo feliz (1932) y, posteriormente, George Orwell publica 1984 (1949). En estas dos obras, los autores se encargan de mostrar aproximaciones conceptuales a las futuras distopías posibles que podrían desarrollarse a partir de los procesos de industrialización voraz. Un camino de desarrollo social, económico y urbanístico que plantea construir unos escenarios perfectos, plagados de seres perfectos, cuerpos perfectos, casas perfectas y ciudades perfectas. Las ciudades de estas dos obras, van a revelar unos valores y unos mundos que no son posibles por fuera de la cúpula. Como resultado de ello, dichas ideas serán motivo de inspiración e invitarán a preguntarse acerca de quién realmente es el arquitecto de la realidad que tenemos ante nuestros ojos.
En consonancia con estas reflexiones literarias, el filósofo Germano-Estadounidense Herbert Marcuse en “La sociedad como obra de arte” (1969), plantea desde una perspectiva utópica:
“La Forma de la libertad no es meramente la autodeterminación y la autorrealización. Sino más bien la determinación y la realización de metas que engrandecen, protegen y unen la vida sobre la Tierra. Y esta autonomía encontraría expresión, no solo en la modalidad de producción y de relaciones de producción, sino también en las relaciones individuales entre los hombres, en su lenguaje y en su silencio, en sus gestos y sus miradas, en su sensibilidad, en su amor y en su odio. Lo bello sería una cualidad esencial” (pág 51)
Con Marcuse, se entiende que la obra de arte reta a la racionalidad misma y logra enaltecer y humanizar el mundo. Del mismo modo, el arte es capaz de sensibilizar la realidad frente al conformismo, así como construir un camino de libertad frente a una realidad alienante. Para este autor, la sociedad industrial ha producido una “desublimación institucionalizada” que inhibe las sensibilidades y por la cual la sociedad se conforma con lo propuesto por las élites dominantes. Justamente en este sentido, en el ensayo El futuro del arte, Marcuse afirma que la dimensión artística y simbólica es vital para no perder “la función trascendente y crítica” del ser humano, debido a que sin dicha dimensión estética, la voz es oprimida:
Esta otra dimensión, dimensión trascendente del arte, en la cual se situaba antagónicamente frente a la realidad, está siendo suprimida en la sociedad industrial del presente, altamente desarrollada, y ha sido invadida por la propia sociedad represiva. En la llamada sociedad del consumo, el arte se convierte en artículo de consumo masivo y parece perder su función trascendente, crítica, antagónica. En esta sociedad se atrofian la conciencia y el impulso de diferenciación, o bien se muestran impotentes. El progreso cuantitativo absorbe la creencia cualitativa entre libertad posible y libertades establecidas ( p. 77-78).
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